Ya hemos visto que el 3 de enero de 1874, el General MANUEL PAVÍA Y RODRÍGUEZ DE ALBURQUERQUE, había irrumpido en el Palacio de Las Cortes, montado en su caballo, acompañado por unidades de la Guardia Civil.
Y que, con el paradójico título de Presidente de la República, el Duque de la Torre, General FRANCISCO SERRANO DOMÍNGUEZ gobernó, apoyado por los monárquicos, hasta el 29 de diciembre de 1874.
Fecha ésta en la que el general ARSENIO MARTÍNEZ CAMPOS, se pronunció en Sagunto, para derrocar al gobierno.
Este pronunciamiento fue muy bien manejado por ANTONIO CÁNOVAS DEL CASTILLO, para restaurar la monarquía, coronando al hijo de ISABEL II, quien reinará desde el 14 de enero de 1875 hasta 1885, con el nombre de ALFONSO XII.
Acabó así el denominado Sexenio Revolucionario, y se inició el periodo histórico conocido como la RESTAURACIÓN
Se establece así en España, un régimen basado en un eficiente sistema oligárquico, que pretendía emular al modelo del bipartidismo británico.
Sistema oligárquico, que a pesar de ello se mostró eficaz durante unos cuantos años, favorecido por la situación internacional.
Los dos líderes de los partidos monárquicos, ANTONIO CÁNOVAS DEL CASTILLO y PRÁXEDES MATEO SAGASTA, acordaron un pacto entre sus partidos, para la «estabilidad política».
No deja de ser curioso que ambos partidos se consideraban «liberales».
Se denominaban: Liberal-Conservador el de Cánovas y Liberal-Fusionista el de Sagasta.
El pacto entre ambos consistía básicamente en lo siguiente:
1º
Intangibilidad de los principios de la Constitución, de tal modo que su reforma solamente podría ser acometida de acuerdo con las normas de la misma.
2º
Cada partido se comprometía a respetar la gestión gubernamental del otro, mientras este ejerciera el poder, aunque la considerara errónea.
3º
También cada partido respetaría la obra ejecutada por el anterior en el gobierno, aunque pudiera creerla equivocada, de tal modo que solo haría cambios de las decisiones por razones muy graves.
Este sistema político coincidió en su primera etapa con una coyuntura económica internacional depresiva, que canalizó fuertes inversiones extranjeras hacia España, a las que se sumaron los retornos de capitales españoles, tras perderse las últimas colonias en 1898.
En esta «Fiebre del Oro» se realiza el progreso industrial del Norte de España, con desarrollo de la industria siderúrgica y minera, y una potente marina mercante, acompañado por un plan de flota para la Armada, que contribuye al desenvolvimiento portuario.
En Cataluña la industria textil es modernizada.
Progresan las comunicaciones por el impulso dado al tendido ferroviario y el abaratamiento del transporte.
En agricultura, debido a la filoxera en Francia, crece el sector vitivinícola español, mientras retrocede el triguero de la España seca, con la importación de cereal.
Se produce un enorme crecimiento demográfico (más del 12% en 25 años) hasta alcanzar los 18,5 millones de habitantes en 1900, distribuido de modo desordenado e irregular territorialmente.
Lo cual, al no ir acompañado de un auténtico y sostenido desarrollo económico, provoca serios conflictos sociales.
La Constitución, conservadora, aprobada en 1876, mantenedora del poder constituido en toda su extensión, ha sido la que más tiempo ha resistido los avatares históricos.
Derogada y sustituida por la Constitución de la Segunda República Española de 1931, la aplicación de la Constitución de 1876, había quedado suspendida realmente desde 1923, con el pronunciamiento del General MIGUEL PRIMO DE RIVERA Y ORBANEJA.
Pronunciamiento que contó con la connivencia del Rey ALFONSO XIII, quien con su comportamiento devino en rey felón, por no cumplir con su deber de defender la Constitución que había jurado.