Mientras tanto, los líderes trabajaban febrilmente en busca de circunscripciones seguras. En la primera antevotación de los socialistas de Madrid para la formación de su candidatura, el fracaso inicial de Julián Besteiro para ganar un puesto constituyó un disgusto para los republicanos más conservadores.
Ningún otro hombre público gozaba de más alta reputación de probidad, competencia y sentido conservador. Era un socialista evolucionista, que detestaba la violencia. La República lo había sacado de su trabajo tranquilo de catedrático para nombrarlo presidente de la Cortes constituyentes, en cuyo puesto se distinguió durante dos años y medio por su conducta limpia, caballerosidad y gentileza. Todos, incluyendo a los monárquicos, lo respetaban como profesor. Era alto, delgado, un poco inclinado, cargado de espaldas y con rostro de hombre docto. Sus modales amables despertaban al punto confianza.
El hecho de que un hombre con tal distinción en su partido no consiguiera fácilmente ser incluido en candidatura fue explotado por la propaganda fascista como una de que las izquierdas se inclinaban al gobierno por la violencia.
La circunstancia de que Largo Caballero encabezara en primer lugar la antevotación de la candidatura socialista reforzaba el argumento de las derechas. Era imposible dudar de la honestidad y sinceridad de esta favorita aversión de los conservadores.
Largo Caballero era de oficio estuquista y abrazó el socialismo con fe. En la monarquía ocupó un cargo de menor cuantía. En el Gobierno de Azaña fue ministro de Trabajo, y en los conflictos entre patronos y obreros, invariablemente favorables a los obreros, incluso en casos en que éstos no tenían razón causaban una desagradable impresión. Yo no creo que procediera conscientemente de mala fe, pero instintivamente, apoyaba a los trabajadores. Nunca lo oí hablar en las Cortes, y estudiado su cara de de enérgica expresión,, desde la tribuna diplomática, no podía librarme de la impresión, de que en su impaciencia, pensaba que el procedimiento parlamentario era una futileza. Vivía con espartana austeridad, y, debido a que era incorruptible, se había convertido en el ídolo de la clase trabajadora, que tantas veces se vio traicionada por falsos amigos. Se convirtió en un poder tremendo en los sindicatos socialistas, los cuales en definitiva determinaban la orientación y trayectoria del partido socialista.
Nada, creo yo, contribuyó más a dar aliento a la idea, estimulada por los fascistas y los propagandistas militares que buscaban un pretexto para su rebelión basándose en que una victoria de las izquierdas acarreaba medidas extremas, que la derrota de Besteiro y la aplastante victoria de Caballero, el coco de los conservadores. En verdad, Besteiro fue elegido pocos días después, pero, psicológicamente, el daño estaba ya hecho.
Entre los viejos líderes que buscaban circunscripciones seguras, ningún caso era tan patético como el de Lerroux. Había llegado a ser una carga, y en más de una circunscripción, aunque había presión por las derechas, se negaban a aceptarlo como candidato. Finalmente se presentó por Barcelona, donde pronunció su único discurso en la campaña. Y, pronunciado por Lerroux, fue sorprendente. La mayor parte del discurso fue dedicado a exaltar a la Iglesia que tan empeñosamente había combatido a lo largo de toda su carrera política. Hablaba, dijo, «con emoción» de los símbolos de la religión. Todas las noches dormía con la imagen de la Virgen en la cabecera de su cama.
El. que atacó a la Iglesia durante tantos años y apoyó los artículos de la Constitución referentes a la religión, calurosamente pedía la eliminación de las leyes que había apoyado de acuerdo con las prédicas de toda su vida. Era que estaba desesperadamente asustado y se entregaba al arbitrio de Gil Robles.
Los fascistas se presentaron bajo falsas banderas, pues José Antonio Primo de Rivera fue rechazado en la coalición derechista que le habría asegurado su elección. Los fascistas reconocidos no eran lo suficientemente fuertes en ninguna circunscripción para ser elegidos sin un aliado, y esto se le negó. No se le había perdonado sus malos modales cuando rompió el piadoso encanto en que estaban sumidas las Cortes, cuando los derechistas vindicaban a sus líderes del escándalo, al lanzar aquel grito: ¡Viva el estraperlo! Sus amigos lo presentaron en diversos distritos, con la esperanza de que saliera por alguno.
El conde de Romanones se presentaba por Guadalajara, donde ganó por amplio margen, como sucedía en los dominios de los grandes terratenientes de la nobleza de Inglaterra en el siglo XVIII.
Azaña y Prieto contendían en Bilbao, donde su elección era casi segura. Gil Robles se presentó por Salamanca,
Fuente:
Autor: Claude G. Bowers, Embajador USA en España de 1933 a 1939
Título: Misión en España (My Mission to Spain)
1955 Editorial Grijalbo.- México
CAPITULO XIII .- LA BATALLA ELECTORAL Páginas 188 a 190.