A pesar de la zozobra reinante entre los líderes de la coalición gobernante a causa de sus acentuadas disensiones, se organizó un banquete en honor de Lerroux. Aunque era un aliado de los enemigos del régimen republicano, Lerroux aseguró que su propósito era consolidar la República. Gil Robles habló en términos de lirico elogio sobre don Alejandro, y los comensales brindaron y aplaudieron. Lerroux se había convertido en un «gran anciano», en el salvador de la nación casi, en hijo predilecto de la Iglesia. Ahora resultaba un error social mencionar el famoso manifiesto. Todas las concesiones posibles fueron hechas para mantener la coalición gobernante frente a las elecciones ya inevitables.
Pero las perspectivas no eran brillantes. Sin organización ni previo reclutamiento, cincuenta mil personas se habían congregado en Valencia para oír un discurso de Azaña, y setenta y cinco mil se reunieron en Bilbao. Cuando se requirió utilizar la plaza de toros de Madrid para la celebración de un mitin en el que hablaría Azaña, el Gobierno, torpe y neciamente, lo negó; entonces se hicieron gestiones para el uso de un grandioso campo situado en las afueras de la ciudad, mas allá del puente de Toledo. Para poder costear la construcción del estadio provisional, se hizo pagar una cantidad por la entrada. Al saber que se encaminaban hacia la ciudad multitudes de todas partes de España, y de todas las clases sociales, que vendrían en trenes y camiones, a caballo, en mulas, en burros y a pie, se produjo verdadera alarma. Algunos días antes del mitin, dichas multitudes invadían la capital.
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Parecían abrirse las compuertas de un dique, el día antes del mitin, cuando miles de personas entraron en Madrid con el ímpetu y el estruendo de un Niágara. Llegaban trenes especiales y camiones llenos de personas; muchos venían en mulas y algunos a pie, e irrumpieron en la ciudad con banderas; medida que esta entusiástica muchedumbre marchaba por las calles, se temió que los forasteros no pudieran ser controlados y atacaran a las personas y a la propiedad. Agentes provocadores nazis y fascistas, entonces en España, estimularon dicha alarma. Las damas de la aristocracia se recluyeron en sus casas, y corrieron las cortinas de sus balcones y ventanas, pero el orden fue perfecto. Solamente allí donde los partidos de la derecha sacaron a relucir carteles provocativos se produjo algún alboroto. Los carteles fueron retirados por orden de la policía. y la noche transcurrió pacíficamente.
Por Ia mañana del día del mitin, toda la ciudad parecía marchar hacia el puente que atraviesa la carretera de Toledo. Era una impresionante demostración del poder numérico del pueblo. Miles de personas se abrían paso a través del puente en dirección al campo de Comillas, acercándose lo mas posible a la tribuna, donde permanecían inmóviles. Algunos observadores opinaban que por parte de oficiales del Gobierno se hacían intentos para provocar disturbios -la técnica fascista -, pues tropas de caballería atropellaron a la multitud cuando cruzaba el puente. Se instalaron altavoces para que la voz de los oradores pudiese ser escuchada por una muchedumbre de doscientas cincuenta mil personas allí reunidas para escuchar la palabra de Azaña. Durante las dos horas que se prolongó el discurso reinó un orden perfecto.
O’Connell dominaba con sus discursos vastas multitudes pero tenía una presencia imponente, mientras que Azaña, era mas bien bajo; y O’Connell manejaba con arte las emociones, al paso que Azaña se dirigía solamente a la razón de sus oyentes. Su discurso de aquel día fue el de un estadista que podía haberlo pronunciado ante un senado o una academia, y aunque no exento de ironía, fue singularmente desprovisto de invectiva. En su discurso pidió que la República fuese devuelta a sus prístinos cauces y que se celebrasen elecciones para dar oportunidad a que la opinión expresara su voluntad. Fríamente, el orador señaló la falta de realizaciones del Gobierno y sus tendencias reaccionarias.
EI silencio, que no se alteró durante el enunciado de su programa, fue atribuido por algunos a la decepción producida por la moderación de su contenido. En aquella inmensa muchedumbre había liberales, demócratas, republicanos, socialistas, pero también había comunistas, sindicalistas y anarquistas extremistas deseaban una excitación a la revolución, rindieron al orador el tributo de su silencio.
Azaña realizo aquel día un hecho histórico: echó los cimientos de una coalición de los partidos de la izquierda para las elecciones que ya no se podían negar por mas tiempo.
Al terminar el acto, la multitud se volvió a la ciudad, con calma y buen orden, y por la noche emprendían la marcha de regreso por tren o en camiones, caminando lentamente por las montañas o andando trabajosamente a lo largo de las carreteras.
La grandiosidad del mitin sembró la consternación entre los líderes de la coalición derechista, pero encontraron algún consuelo en el hecho de que el discurso había terminado sin la realización de sus peores temores. En el exterior se dejaba oír el rumor de que destacados miembros del grupo gobernante estaban complicados en un escandaloso asunto de juego. Un día, poco mas o menos, antes del mitin, todo el mundo andaba intrigado sobre una encubierta declaración del Gobierno relativa a cargos de «un irresponsable aventurero de nacionalidad cubana» contra funcionarios del Gobierno. Habíase anunciado que el fiscal de la Republica tenía orden de efectuar una investigación. ¿Por qué el Gobierno se acusaba a sí mismo? Se supo que Prieto, refugiado en Paris, y en posesión de las pruebas documentales de la vileza, había enviado estas a Azaña, quien podía hacer uso de alias en su discurso. Puesto que Azaña poseía comprometedoras pruebas, el Gobierno no podía sino anticiparse al ataque.
Pero no hubo ataque. Azaña simplemente aludió, de forma indirecta, a la «inmoralidad». Pero el enorme éxito del mitin daba nuevas esperanzas a la oposición, y Prieto, que hasta entonces se hallaba en un estado de profunda depresión, regresó precipitadamente a España para organizar el ala derecha de los socialistas para las elecciones.
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Los madrileños son gente alegre, y pronto andaban contando la jocosa historia de un jugador profesional en la que aparecían complicados algunos de los líderes de la coalición derechista. Aunque estaba prohibido el juego, un aventurero cubano habíase acercado a funcionarios del Gobierno con la oferta de un monopolio sobre el juego. El cubano poseía la invención de una maquina denominada «Straperlo», y esta palabra había de entronizarse en el vocabulario de la calle en varias semanas. La historia contaba que funcionarios públicos habían concedido el monopolio del juego y que se había hecho un anticipo de dinero. Desgraciadamente, el aventurero cometió el error de hacer publicidad en los periódicos sobre la apertura del Casino de San Sebastián, y cuando El Sol y La Voz rechazaron el anuncio y publicaron, en cambio, editoriales que con tenían observaciones sobre lo irregular del caso, se realizó una tentativa de soborno y el cubano fue expulsado de las oficina de dichos diarios; pero ya la grotesca historia era del dominio público. Los políticos comprometidos aconsejaron al aventurero que cruzara la frontera por una temporada, pero éste se marchó sin el dinero que se quedó en los bolsillos de los politicos.
En París, Prieto oyó hablar del asunto y, apiadado por las tribulaciones del extranjero, puso sus sinceros servicios a disposición de la víctima. Prieto aconsejó a éste que remitiera una carta implorando a los políticos en cuestión que le devolvieran el dinero del soborno para librar al cubano de una completa ruina. Por increíble que parezca, éste obtuvo algunas contestaciones.
El excesivamente apiadado Prieto, por lo tanto, consiguió copias fotostáticas de las contestaciones, que mandó a Alcalá Zamora. Los cargos comprometían a un grupo de lerrouxistas, entre los que figuraba el alcalde de Madrid, el gobernador general de Cataluña y el líder del partido radical en Valencia. Indirectamente, también alcanzaba a Lerroux.
La ciudad se desternillaba de risa, los haraganes de los cafés y de las tabernas se refocilaban con la historieta, y en los salones y todo eran sonrisas y risitas. Muchos creían que Lerroux, casi deificado en su vejez, había empañado su historial con las mezquinas raterías de sus subordinados.
Lerroux presentó su dimisión, que Chapaprieta no aceptó. En el partido radical, que era presa de cólera y consternación, Santiago Alba pedía una exposición completa y la purga de los comprometidos. Circularon rumores de una deserción general del partido que Lerroux durante tanto tiempo había dirigido. La coalición derechista amenazaba desintegrarse, y los líderes de los partidos de Azaña permanecían silenciosos y contentos, cosa que sin duda podían permitirse. Interpelado en las Cortes, Chapaprieta se negó a discutir el escándalo hasta que el fiscal de la República presentara su informe. Gil RobIes propuso una investigación parlamentaria. Lerroux, débilmente, se lamentó de que los izquierdistas deseaban publicidad para la historia.
Había intensa ansiedad en el seno de la coalición gobernante acerca de lo que la investigación parlamentaria revelaría. El Debate y El Liberal lanzaron ediciones especiales a la calle con la inserción del informe completo de la comisión parlamentaria, promoviendo gran sensación. Nadie dudaba de que existía fundamento en la histona del estraperlo, pues los líderes del partido de Lerroux estaban todos claramente comprometidos.
Los cargos contra el apuesto alcalde de Madrid, se basaban en que se había inmiscuido con documentos oficiales en un esfuerzo para ocultar el crimen. Al gobernador se le acusaba de haber cobrado uno de los cheques del cubano por valor de treinta mil pesetas, y, según el aventurero, dicha suma tenía que dividirse entre Lerroux y Rocha. El conde de Romanones, disgustado con el bajo chanchullo, decía, gruñendo, que aquello eran «sobornos de calderilla”.
La superestructura de la coalición de derechas, se tambaleaba, y circularon rumores de que Lerroux y Rocha dimitirían el lunes. El sábado anterior había tenido lugar una tempestuosa conferencia del partido, en la que algunos clamaban por la purga del partido radical, mientras que .los oportunistas proponían que se apoyase a Lerroux a toda costa. El que en otro tiempo fue orgulloso partido de Lerroux, que hasta hacía poco estaba en olor de santidad, ahora pasaba al olvido hundido en la hediondez.
4
Las Cortes se hallaban atestadas ante la expectativa de un debate sensacional. Lerroux, aunque tranquilo, estaba serio y parecía apenado. Chapaprieta llegó pronto y sentóse. a su lado en silencio. Gil Robles, con expresión de fastidio, se sentó al otro lado de Lerroux. Rocha, ahora miserablemente mal situado como ministro de Instrucción pública, fue el último en sentarse, en la parte más distante del banco azul.
El portavoz del partido de Miguel Maura presentó el informe de la comisión parlamentaria. En la Cámara se produjo un silencio sepulcral Lerroux estaba sentado con las manos cruzadas, mirando al frente, aparentemente tranquilo.
El alcalde de Madrid, Salazar Alonso, meticulosamente ataviado habló con emoción en su propia defensa y fue escuchado con manifiesto interés. Después se levantó Lerroux, en medio de un silencio absoluto, y habló desordenadamente, casi con incoherencia. Consciente de ello, se refirió a sí mismo, asumiendo el papel del anciano cansado y gastado en el servicio de la República. Se les escuchó con cínico silencio, y su partido pareció tambalearse ante la debilidad de su defensa. Cuando terminó, sin que nadie lo aplaudiera, cruzó los brazos y se quedó con la mirada fija en el vacío. Una vez quedó claro que su aparente indiferencia era una máscara un impulsivo joven de su partido pidió la venia de la presidencia, y Lerroux al instante alerta, se volvió y Ie miro severamente, clavó su mirada en los ojos del joven y, golpeando el respaldo del banco azul, Ie ordenó que se sentara.
Habló entonces Jose Antonio Primo de Rivera, provocando en la Cámara una tormenta con su rotunda protesta contra la hipocresía y la corrupción. Siguió Maura. que se manifestó suave. Gil Robles se levantó para defender a Lerroux; a su juicio, no había nada inmoral; todo se reducía a un intento de las izquierdas para dividir la coalición de derechas. No rozo al tema de las acusaciones ni de las pruebas. Cuando se sentó, se volvió hacia Lerroux y se enzarzó con él en una larga y animada conversación.
Los partidos de la izquierda, sabiamente, se abstuvieron de participar en el debate. Aquella no era la sucia criatura de ellos, y si las niñeras disputaban sobre su limpieza, no les concernía.
Cuando Salazar Alonso fue vindicado por un margen de tres votos, despues de una completa exculpacion de Lerroux, los diputados se vieron sorprendidos por un grito penetrante:
– ¡Viva el estraperlo!
Todos los ojos se volvieron hacia el travieso rostro de Jose Antonio Primo de Rivera. Este sonrio con la irresponsabilidad de la juventud ante el gesto ceñudo de sus mayores.
Fuente:
Autor: Claude G. Bowers, Embajador USA en España de 1933 a 1939
Título: Misión en España (My Mission to Spain)
1955 Editorial Grijalbo.- México
CAPITULO XII .- «!VIVA EL ESTRAPERLO!» FRUTOS PODRIDOS! Páginas 163 a 168.